jueves, 15 de julio de 2010

berenice


Berenice y yo éramos primos y crecimos juntos en la mansión de nuestros antepasados. Pero crecimos de modo distinto: yo, enfermizo, envuelto en tristeza; ella, ágil, graciosa, llena de fuerza; suyos eran los paseos por la colina; míos, los estudios del claustro; yo, viviendo encerrado en mí mismo, entregado en cuerpo y alma a la intensa y penosa meditación; ella, vagando sin preocuparse de la vida, sin pensar en las sombras del camino ni en el silencioso vuelo de las horas de alas negras. ¡Berenice! —Invoco su nombre—, ¡Berenice! Y ante este sonido se conmueven mil tumultuosos recuerdos de las grises ruinas. ¡Ah, acude vívida su imagen a mí, como en sus primeros días de alegría y de dicha! ¡Oh encantadora y fantástica belleza! ¡Oh sílfide entre los arbustos de Arnheim! ¡Oh náyade entre sus fuentes! Y entonces..., entonces todo es misterio y terror, y una historia que no se debe contar.


Berenice, Edgar Allan Poe

2 comentarios:

Badil dijo...

¿Y se puede saber la marca de la nevera? Porque será güena, güena .... y grande.

Helter dijo...

Yo me imagino una mezcla de arcón congelador y vitrina transparente tipo Blancanieves, otra cataléptica mítica. Lo malo es el megafacturón de la luz, y lo peor es si te la cortan por falta de pago. La luz.