miércoles, 29 de diciembre de 2010

rosslyn


Era tanta la ambición de eternidad del conde que el maestro masón estaba seguro de que no bastaría con toda su vida para culminar la magna obra. Empleó horas, días, semanas en largas conversaciones sobre notas, claves y octavas con el maestro músico y llegó a olvidarse completamente del pilar hasta que el conde, irritado porque sentía cerca a la parca, se lo recordó.

Podría haberle dicho que no se sentía con fuerzas, que las piedras le estaban chupando la vida, pero pensó que le sentaría bien perder de vista durante algunas semanas los muros de Rosslyn y viajó a Roma en busca de una columna bellísima que recordaba de un viaje de juventud.

Y mientras el maestro masón estaba en Roma dibujando bocetos de aquella magnífica columna, su aprendiz, que habíase quedado en Rosslyn, tuvo una revelación y esculpió el pilar en una sola noche. Cuando el maestro masón regresó, vio la columna y cayó al suelo de rodillas. Tanta belleza, y no había sido él su autor, sino ese advenedizo, esa serpiente a la que había cuidado y enseñado desde que era un niño… Así que tomó un mazo y golpeó al aprendiz hasta la muerte. Después, arrepentido, se esculpió a sí mismo en la esquina opuesta al pilar para admirar eternamente la obra de su discípulo. Y para pedirle perdón.

Con el paso de los siglos, ya nadie se fija en esas pequeñas manchas oscuras casi imperceptibles que hay en la base del Pilar del Aprendiz. En cambio, los peregrinos se quedan embobados con los 213 pequeños bloques de enigmáticos diseños geométricos y con el ángel. Enigmáticos hasta el año 2007 de Nuestro Señor...

viernes, 24 de diciembre de 2010

neliz favidad

Que tengan ustedes una neliz favidad y un posprero ano nuevo.

francine (3/3)



A juzgar por la suciedad de sus ropas, el holandés debía llevar varios días ahí dentro, si es que no vivía allí. Medio a rastras le saqué del fumadero. El chino vino corriendo detrás nuestro, pero le tiré unas monedas, se paró a recogerlas y nos dejó marchar. Nos sentamos en unas escaleras del puerto. Corría una brisa fresca con sabor a mar y a brea. El holandés empezó a hablar sin que yo le invitara a ello.

- Yo no sabía quién era nuestro pasajero, solo que era francés, muy famoso, y que la joven reina de Suecia le había invitado a su corte como preceptor personal. Antes de partir subió al barco embozado en una capa sin separarse de un misterioso cofre que parecía tener muchísimo valor para él. Era bastante grande y muy pesado, y repartió varias monedas entre los que lo subimos a bordo.

No solíamos llevar pasajeros, así que por curiosidad, una noche me acerqué a su camarote y pegué la oreja a la puerta. Se oían ruidos extraños, como... como el mecanismo de un reloj. Escuché la voz del francés y su risa. Sabed que en los cinco días de viaje que llevábamos no se le había visto sonreír ni una sola vez. Pero había además de la suya otra, una risa cristalina… cristalina y metálica al mismo tiempo si me comprendéis, señor. Me entró el pánico y eché a correr.

A la mañana siguiente se lo conté al capitán. Él me tranquilizó, me dijo que tal vez lo había imaginado, pero advertí que él también estaba inquieto. Cada mediodía, antes de comer, el francés paseaba por cubierta un buen rato, y si no hacía mucho viento, leía un viejo libro en una mesita de madera que el capitán Fokke había hecho instalar para él en la popa. Fue mientras estaba allí leyendo que vimos al capitán salir a cubierta arrastrando aquel misterioso cofre. Antes de que ninguno de nosotros pudiera reaccionar, lo abrió. Dentro había una niña. Parecía muerta, pero se levantó y tendió sus brazos hacia el capitán, sonriendo. El capitán la agarró por la cintura y la tiró por la borda. Con estos mismos ojos que os miran la vi bracear en el agua para no hundirse sin dejar de sonreír.

Todos nosotros la vimos, y tan petrificados estábamos que no advertimos que el francés se acercaba al capitán y hundía varias veces una daga en su vientre para después tirarlo a su vez por la borda. La niña, que aún braceaba, se abrazó al cuello del capitán y se hundieron los dos en las profundidades…

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No una, no: dos veces. Dos veces la he visto morir. Si su primera muerte partió mi alma en dos, la segunda me ha convertido en nada. Pero siento dolor. Luego existo...

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Un par de los nuestros se lanzaron al agua pero no pudieron recuperar el cuerpo del capitán. El francés se dejó prender sin oponer resistencia ni pronunciar una sola palabra. Cuando ya teníamos preparada la soga para colgarle del mayor el segundo de a bordo, bueno, nuestro nuevo capitán, nos lo impidió. Nuestra bandera era holandesa, señor, y el pasajero un francés muy famoso que gozaba del favor de la reina de Suecia. No teníamos nada que ganar y mucho que perder. Así que el resto del viaje lo pasó encerrado en su camarote. A veces se le oía llorar.

Después de aquel desgraciado viaje, el Libera Nos quedó maldito y solo los que no conocían su historia accedían a navegar en él. Se hundió, o lo hundieron, en algún lugar del mar del Norte. Del francés solo supe que murió en la corte sueca a los pocos meses en circunstancias algo oscuras. Decían que le habían envenenado y que tuvieron que enterrarle sin cabeza porque no habían podido encontrarla.

Algunos de nosotros nos enrolamos en el Batavia, que cubría la ruta hacia las Indias Orientales. Una noche estando yo en cubierta, oí un sonido que me resultó familiar, algo así como los engranajes de un reloj, y vi entre la niebla asomar los palos que tan bien conocía. Sí, señor, era el Libera Nos sin duda. Por encima de la línea de flotación, a estribor, tenía un enorme boquete con el cual ningún barco podría navegar sin hundirse en pocos minutos. Se acercó al Batavia sin hacer ruido, como flotando en el aire, y en cubierta les vi. Vi al capitán Fokke con su uniforme ensangrentado sosteniendo un cráneo bajo el brazo. A su lado una niña pequeña, rubia, me sonreía y me saludaba con la mano. Después el barco se desvaneció de nuevo en la niebla dejando tras de sí una risa cristalina. Cristalina, pero metálica al mismo tiempo. Y mis cabellos, señor, ya nunca más volvieron a ser rojos.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

francine (2/3)

Nunca, desde el mismo instante en que aprendió a leer, había estado René tantos días sin siquiera rozar un libro. Esas malditas fiebres. Francine la dulce, que con su risa cristalina sabía alegrar hasta el día más oscuro del invierno, yacía en el lecho agonizando. Y él, con toda su sabiduría, con toda su filosofía, con toda su ciencia, lo único que pudo hacer por ella fue sostenerle la mano ardiente hasta que se tornó fría como el cristal. La besó, y fue como besar el mármol. Cerró suavemente la puerta de la habitación, se embozó en su capa y salió a la calle sin rumbo fijo. Sin darse cuenta sus pasos le llevaron hasta el lugar preferido de la pequeña Francine. El taller de muñecas del Sr. Duivel.

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El holandés se quedó mudo, y yo renuncié a hacerle más preguntas. De repente se puso en pie como accionado por un resorte para mirar la ventana por encima de mi cabeza. Me di la vuelta para saber qué estaba mirando. Desde el ventanuco podían verse los barcos que entraban y salían del puerto de Calais.

- ¿Esperáis un barco?

Por toda respuesta, el holandés empezó a correr por la habitación, a gritar y a aullar.

- ¡Libéranos! ¡Libéranos! ¡LIBÉRANOS, SEÑOR!

A nuestro alrededor nadie pareció sorprenderse por sus alaridos, antes bien siguieron con sus caladas y ensoñaciones sin darle ninguna importancia. Después el holandés cayó agotado sobre sus rodillas, unió sus manos en oración y murmuró una letanía de la que comprendí solo algunos fragmentos.

- Libera nos a fulgure et tempestate... a morte perpetua... Libera nos a spiritu fornicationis, ab insidiis diaboli... libera nos, Domine. Un barco, sí, sí. El Libera Nos es un buen barco, orgulloso y ligero, tan rápido que parece flotar un palmo por encima de las olas, como el albatros cuando sobrevuela las aguas para pescar. Y conoce bien su camino sin que nadie trace rumbos sobre un mapa ni haga girar su timón. Un camino que lleva hasta el mismísimo infierno...


francine (1/3)


Las almas más grandes son tan capaces de los mayores vicios como de las mayores virtudes.
René Descartes

El hombre embozado en una capa miraba el escaparate mientras, al otro lado del cristal, decenas de pares de ojos azules y verdes le devolvían la mirada sin pestañear. Al entrar en la tienda se sobresaltó con el sonido de la campanilla de la puerta. El artesano le preguntó qué deseaba y el hombre embozado en una capa le mostró un camafeo: era una niña de unos cinco años, larga cabellera rubia, ojos azules y mejillas sonrosadas. El artesano le miró sin comprender. Entonces el hombre embozado en una capa vació sobre el mostrador una bolsa llena de monedas de oro. El artesano recogió las monedas y sonrió.
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- Busco al holandés.

El chino, sin mirarme apenas, me dirigió con un movimiento de cabeza hacia el fondo del fumadero. El local era oscuro y una niebla espesa y especiada invadía cada rincón. Apenas se oía ruido alguno a pesar de que en cada sala había varios hombres y mujeres tumbados, algunos incluso compartiendo lecho. Solo había un hombre que no estaba acostado, sino sentado ante la única ventana del lugar. Tenía el pelo blanco y llevaba el peso de la vejez sobre sus hombros. Sentado en una mesa para dos, estaba completamente solo y con la mirada fija en los sucios cristales. Me acerqué y le hablé. No me miró. Me senté frente a él en una silla vacía, y solo al interponerme entre él y la ventana se dio por enterado de mi presencia.

- ¿Sois el holandés?
- ¿A qué holandés buscáis? Hay muchos holandeses en tierra, y aún más en el fondo del mar.
- Busco al que dicen que conoció al Holandés Errante.

Sus facciones se crisparon y entonces caí en la cuenta de que en realidad no se trataba de un anciano. Su piel, aun curtida por el sol, era tersa y su mirada infantil. Aunque su cabello colgara en descuidadas guedejas blancas, sus ojos delataban pocos más de veinte años.

- Sí, sí… Navego bajo sus órdenes. Es un buen capitán, sí, sí, buen capitán. Se preocupa por nosotros, es piadoso, si los domingos rezamos los sábados nos deja beber ron, él reza mucho, sí, sí. Un nombre muy estúpido ese de Holandés Errante, no le gusta, no, no le gusta nada. Él ya tiene su propio nombre. Podría contaros la historia del capitán Fokke, sí, claro que podría, pero no me apetece recordarla…

sábado, 18 de diciembre de 2010

maneras de matar


...Solo pocas de estas cosas están prohibidas en nuestra ciudad.

Enfrente del Almirall.

lunes, 13 de diciembre de 2010

jonathan lake


El profesor Jonathan Lake, catedrático de biología de la Universidad de Miskatonic, viajó en 1867 al País de las Maravillas. Dicen quienes le vieron a su regreso que parecía como alelado, perplejo, incapaz de articular palabra. Tras algunos meses encerrado en su laboratorio de la universidad con un cartelito de No molesten colgado de la manecilla de la puerta, la señora de la limpieza la reventó a golpes de fregona y le encontró un poquito muerto. Ante él tenía un maletín de madera. He aquí el inventario que la policía redactó de su contenido:

- Carta-soldado enmarcada
- Feto de ranta momio
- Oruga en conserva
- Rosa blanca pintada de rojo
- Pluma de cuervo
- Reloj de bolsillo
- Llave
- Espejo
- Dientes del gato de Cheshire
- Mechón de pelo del gato de Cheshire
- Foto enmarcada de Lewis Carroll
- Varias fotos de habitantes del País de las Maravillas
- Botellas Cómeme y Bébeme
- Frasco con agua del Estanque de las Lágrimas
- Botellas con trozos de setas
- Mapa sin sentido del camino que lleva a la madriguera del conejo
- Mapa del País de las Maravillas
- Copia del poema "You are old, father William"
- Estampa medio quemada de la escena del juicio
- Carta del profesor Lake sobre su viaje

miércoles, 8 de diciembre de 2010

breaking bad


¿Qué puede hacer un profesor de química a quien han diagnosticado un cáncer terminal, que está casado con una mujer embarazada y tiene un hijo discapacitado? Pues convertirse en cocinero de metanfetaminas, naturalmente, qué si no. Se asocia con un exalumno suyo que se dedica a traficar con drogas, pero tendrán algunos problemillas inesperados. Como cuando Walter le dice a Jesse que compre un balde de plástico para disolver un cadáver en ácido, pero Jesse se cree muy listo haciéndolo en la bañera de su casa... Es Breaking Bad.


viernes, 3 de diciembre de 2010

las tijeras


Sí, es superficial. Vale, es hortera. Ni siquiera es original, de acuerdo. Pero es fresca y me gusta despertarme con ella cada mañana. Sabe cómo ponerme de buen humor y eso me basta. Mientras dure.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

nendo dango


Para mejorar la producción de la Naturaleza con la menor intervención posible, Masanobu Fukuoka ideó un sistema que permite sustituir el arado así como los espantapájaros y otros métodos:

• Se mezclan semillas dentro de bolitas de barro (nendo dango) de unos 2 o 3 cm que luego se esparcirán por el campo.
• Las bolas se desharán con la primera lluvia intensa, y las semillas comenzarán a brotar, hasta entonces protegidas de los animales y el tiempo.
• En la mezcla de semillas vienen incluidas las semillas del cultivo que se desea hacer, junto a otras plantas (principalmente trébol blanco) que germinarán más pronto y crearán una capa fina que protegerá el suelo de la luz, impidiendo la germinación de hierbas, pero no de cereales o lo que se desea cultivar.
• En lugar de arar o desherbar el campo, se recubre con restos de las plantas cultivadas en la cosecha anterior, de forma que se crea un compostaje natural que conserva la humedad y los nutrientes e impide la proliferación de hierbas no deseadas.

Ojo, que a veces hay que comprar plantas de calidad comprobada ya germinadas, que son más caras, pero nada da tanta satisfacción como ver germinar una semilla. Y es que incluso después de haber ensayado pacientemente el proceso una y otra vez durante varias generaciones, a veces, solo a veces y muy de vez en cuando, se obtiene lo siguiente: