Minnie estaba sentada ante su padre, mirándole a los ojos. Parecía no reconocerla. Le tocó las manos: estaban frías. Se acordó de repente de cuando era pequeña y él iba a darle las buenas noches y le acariciaba la mejilla. Siempre tenía las manos frías.
Walter estaba trabajando en su taller cuando oyó un ruido. Parecía un sollozo ahogado. Miró debajo de las sillas y detrás de la última estaba la pequeña Minnie, llorando.
- Cariño, ya sabes que no me gusta que bajes cuando estoy trabajando.
Mientras consolaba a la niña, intentaba tapar con su cuerpo para que no lo viera el gatito color naranja que estaba sentado ante un banquete a su escala, sobre la gran mesa. Junto a él, siluetas de cartón gris marcaban el lugar donde colocaría a los demás a medida que Peabody le trajera más gatitos.
- Minnie, ya sabes que soy absolutamente incapaz de matar a una mosca. No les hago daño porque… porque…
- Porque están muertos, ya lo sé. Me lo has dicho muchas veces.
- La belleza está en muchas partes pero a menudo dura poco. Mi don es crear una belleza que permanecerá inalterada durante muchos años. ¿Te acuerdas de Spot? Yo también le quería.
- Porque están muertos, ya lo sé. Me lo has dicho muchas veces.
- La belleza está en muchas partes pero a menudo dura poco. Mi don es crear una belleza que permanecerá inalterada durante muchos años. ¿Te acuerdas de Spot? Yo también le quería.
Cómo iba Minnie a olvidar a su perro Spot, el mejor cazador de ratas de la comarca. Proporcionó a Walter las suficientes para uno de sus dioramas más logrados. Pero cuando quedó inválido a causa de una mala caída en el ejercicio de su deber, Walter le pidió a Peabody que le sacrificara como él sabía, asfixiándole, para que la piel no se estropeara. Ahora Spot estaba en el recibidor, entre un jarrón enorme y una mesita de caoba, mirando hacia la puerta sin pestañear.
- Ven conmigo.
Walter llevó a Minnie a la parte de atrás de la casa. Con una pala escarbó en la tierra y llamó a la niña. Le mostró un gatito que ya no era de color naranja sino de color tierra y tenía los ojos entreabiertos y sin luz. Insectos de distintas formas y tamaños pululaban sobre su cuerpo y dentro de él. Olía aún peor que el taller de su padre. Walter volvió a cubrir el cadáver de tierra.
- Ahora, dime: ¿qué gatito te parece más bonito? ¿Éste o el de mi taller? Princesa, lo que yo hago es un inmenso acto de amor.
La niña se quedó callada. No podía desviar la mirada de la tierra recién escarbada. Walter tomó dulcemente su mano con su mano fría.
Es curioso cómo se disparan los recuerdos por un olor, por una sensación. Minnie se levantó y fue hacia Walter. Le acarició el pelo y le besó en la mejilla. Ese mismo viejo olor. Él no se movió. Ella se cogió la punta del delantal, la chupó y la pasó con gesto vivo por los ojos de su padre. Mejor así, bien brillantes. Después se fue hacia la cocina a preparar cena para uno no sin antes apagar la luz y cerrar la puerta tras de sí.