martes, 26 de octubre de 2010

torcido



Encontré aquel grabado en la calle tirado junto a un contenedor. Era un grabado oscuro, una maraña aparentemente indiscriminada de sombras y tramas, pero pensé que quedaría bien en el comedor ante el espejo grande. Al llegar a casa lo colgué. Parecía estar recto, pero al mirar su reflejo en el espejo se veía claramente torcido. Lo reajusté una y otra vez usando una cinta métrica y masilla para fijar el marco. Calculé con exactitud las medidas del cuadro y la pared hasta que quedó perfectamente paralelo al friso del techo y al zócalo del suelo. De reojo miré su reflejo en el espejo: seguía torcido.

Cuando venía alguien a casa, con cualquier excusa le preguntaba si le parecía que el cuadro estaba torcido, e invariablemente me respondían que no, que estaba perfecto. Lo decían para tranquilizarme, porque yo sabía bien que no era así.

¿Y si la culpa era del espejo? Lo incliné a derecha e izquierda, pero lo único que conseguí es que tanto el reflejo como su imagen original parecieran igual de torcidos. La que estaba torcida debía ser la casa. En mis febriles sueños veía líneas continuas, discontinuas y punteadas que se dirigían a un punto de fuga en un horizonte obscenamente inclinado. Tras consultar con arquitectos, delineantes y geómetras en vano, ya empezaba a sentirme tan torcido o más que el puto cuadro.

Acabé dejando el grabado en el mismo lugar en que lo encontré, apoyado cuidadosamente en el suelo junto al contenedor. Un borracho dejó de rebuscar en la basura para ver qué era lo que yo acababa de tirar. Mientras estudiaba el cuadro para valorarlo ladeaba exageradamente la cabeza. Jódete, pensé. Al día siguiente, para llenar ese hueco que me obsesionaba, colgué otro espejo. Redondo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo habría tirado también los espejos, con la angustia que me dan...

Anónimo dijo...

Oiga, y de paso, muchas felicidades ;P

Harry Sonfór dijo...

¡Felicidades, campeona!

Helter dijo...

Gracias, gracias, ay qué emoción.