martes, 5 de abril de 2011

corresponsal de muerte


Querida Liz:

Si lees esto, es que has muerto. Yo también. Nos conocimos una vez hace muchos años. No creo que me recuerdes, y desde luego si me vieras ahora tampoco me reconocerías. Yo sin embargo jamás he podido olvidar tus ojos.

La primera vez que mi editor me habló del tema me levanté y salí del despacho sin cerrar la puerta. Pero después, por la noche, solo ante mi máquina de escribir, pensé que si no lo hacía yo lo haría otro. Y eso sí que no. Así que abrí una botella de escocés, empecé a teclear y al terminar, lloré.

Ahora que has muerto volverán a poner tus películas en la televisión, se escribirán libros sobre tu vida, todos te glosarán y te llorarán. Pero yo empecé a llorarte mucho antes que todos ellos. Que seas feliz en el más allá, querida. Ah, Richard te manda recuerdos y dice que espera reunirse contigo muy pronto. Maldito borracho, cómo le odio.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

a mí me pasa casi igual que a Mel, lo único que todavía no me he muerto

Helter dijo...

Hombre, pues es una diferencia considerable. No tenga prisa, que eso de la muerte, además de engorroso, generalmente es irreversible:)

Alberich dijo...

Tendemos a glosar a todo el ( o la) que ha fallecido, pero en este caso, y con los ojos de Liz Taylor me sucede lo contrario: Los tengo clavaditos en el alma, como dos espinas de fuego, que van ahondando en mis heridas. Nada que ver y sin comparación con los de su homónima autóctona Isabel Sastre.

Helter dijo...

Bueno, lo de Liz e Isabel es como el chiste aquél del Perich, que decía que un trapezoide era un trapecio fabricado en España. Con todos mis respetos a Isabel, que es monina y graciosa, pero nada más.