sábado, 24 de mayo de 2008

miracolo


Entre los estatutos de la Universidad, en efecto, quedaba taxativamente prohibido el ingreso de mujeres. Sin embargo, por razones mucho menos relativas a los asuntos de la ciencia que a los ímpetus de la carne, era más o menos frecuente la furtiva visita de las campesinas venidas desde el fics lindero a la abadía que, de tanto en tanto, regalaban una noche de júbilo a doctores y alumnos.

Una de las formas de entrar en la Universidad -además de escalar los altos muros- era confundirse entre los muertos que, una vez a la semana, ingresaban en el carro público en la morgue. Así, ocultas debajo de un manto, permanecían quietas hasta quedar solas en el subsuelo de la morgue, donde eran recogidas por sus amantes.

En una ocasión, impaciente quizá por la larga y obligada continencia, un prestigioso doctor desvistió a una de las campesinas allí mismo, en la morgue, en medio de todos los muertos y, en el momento glorioso de una sublime fellatio, entró en el lúgubre subsuelo el párroco de la Universidad, quien momentos antes había visto entrar al "cadáver" que ahora gemía, gritaba y se revolvía. El ilustre doctor tardó un momento en advertir la presencia del deífico visitante que, absorto, miraba las esmirriadas piernas del catedrático y su no tan esmirriada verga bullente que salpicaba la proporcionada humanidad de la "difunta". Cuando, después del último estertor vio al párroco parado en el vano de la puerta, solo atinó a gritar con una mueca desorbitada:
- ¡Miracolo! ¡Miracolo! -e inmediatamente se puso a perorar acerca de su reciente confirmación de las teorías aristotélicas sobre el hálito que transportaba el semen en su caudal, que, a decir del metafísico, producía la vida. Y que, por qué no, si el semen era capaz de producir aliento vital en la materia y engendrar, cómo no habría de ser posible, por la misma razón, que resucitara a los muertos, decía mientras se acomodaba la verga -todavía un poco tiesa- debajo de las ropas. Y luego de concluir su enloquecido soliloquio, se perdió del otro lado de la puerta corriendo escaleras arriba al grito de "¡Miracolo! ¡Miracolo!".

Lo cierto es que Mateo Colón tenía sus razones para introducir mujeres en la Universidad. Y, ciertamente, las mujeres que visitaban secretamente al anatomista también tenían las suyas.

De El anatomista, Federico Andahazi

7 comentarios:

Arkab dijo...

¡Helter, Helter, no sé si se habrá dado cuenta pero arriba a la derecha hay un señor enseñando el culete!

Helter dijo...

¿Pero qué me dice? Voy a cambiarlo ahora mismo.

Trikki dijo...

Oiga Helter, que yo sabía de las excusas típicas, "esto no es lo que parece", "me resbalé y me caí dentro de la cama con ella" o "esto se ha metido sólo aquí que yo ni me he enterao", pero vamos, lo de dar vida, eso de dar vida, no se me había ocurrido.

Helter dijo...

La gente cree lo que quiere creer. Que me sé yo de una que dijo que la había preñao una paloma blanca, y no solo convenció a su marido, sino a media humanidad. Y aún se lo creen, y no han pasao años ni ná.

Sr.DelGaS dijo...

No te olvides del burro y el buey, símbolos de nuestra cultura...

Helter dijo...

Cierto, cierto. Ahora mismo dejo una muestra de ello. A esto lo llaman los ingleses "fitback" o algo asín.

Trikki dijo...

Vale, hemos mejorao, ahora ya no hay culete, hay un burro dandole al sunto a un toro.
Ahora que tiene pinta de Ruc, por la bandera más que ná.Ese hecho difenrencial burril está la mar de bien, ahora pa mi que el Ruc ta tie pequeña, no sé si será cuestión de ese ruc, o de todos los rucs Catalanes.