viernes, 6 de febrero de 2009

droste


Cada noche, al acercarse a su casa, miraba desde la calle si se veía luz en la ventana del comedor. Encendida. Subía en el viejo ascensor y se miraba en el espejo. Nadie a su lado ni tras él. Abría la puerta del piso, entraba y miraba a un lado y a otro. Nadie salía a recibirle. Entonces recordaba que, como cada día, había sido él mismo quien había dejado la luz del comedor encendida.

Después se sentaba ante el gran espejo con el armario con luna a su espalda, y miraba su reflejo reproducido infinitas veces. Explicaba cosas de la oficina, si le dolía algo o se sentía mal, si el jefe le había felicitado o le había negado por enésima vez el aumento de sueldo, o si su compañero de despacho había llegado tarde, como siempre. Ahí al fondo, en el último de los múltiples reflejos que podía distinguir, su imagen más diminuta asentía y le sonreía.

4 comentarios:

Harry Sonfór dijo...

Pues vengo a decirle, Helter, que esta entrada es una preciosidad. Que ya van cuatro veces que la he leído y todo me parece precioso de ver.

Helter dijo...

Anda, pero si lo ha leído más veces usted que yo, que lo he escrito...

Harry Sonfór dijo...

Buá, y si ya me pone el Eleanor Rigby... oiga, la primera vez que vi el Eleanor Rigby de chaval me dejó tan tocao que ya nunca me recuperé. No hay cosa mejor.¿Ha visto el gatico ese repetido en la ventana cepillado por una mano repetida? No hay imagen más desoladora.

Helter dijo...

No tengo ni idea de los nombres de las personas que participaron en los dibujos de Yellow Submarine, pero los de Eleanor Rigby destacaban con luz propia en medio de tanta (infantil) psicodelia.
Fijo que hubo una persona a quien le impresionaron esas imágenes: Terry Gilliam.