martes, 10 de marzo de 2009

horologium florae


Le gustaba pasear por el campo. Se acercaba a las flores para observarlas de cerca, pero no como hacen los poetas. Donde ellos ven colores delicados y perciben delicados aromas, él veía estructuras vegetales y percibía el olor de sustancias alquímicas aún sin nombre. Pero... ¿quién era él para poner nombre a las criaturas del Señor? Si Dios hubiera deseado que el hombre conociera los secretos de la creación, ¿acaso no se los habría revelado Él mismo? Y sin embargo, la tarea de etiquetarlo todo le tentaba de tal forma que incluso en sueños veía desfilar letra tras letra, palabra tras palabra, esperando a que él las escogiera y las combinara correctamente. Pero sentía que algo se le escapaba. ¿Cuál podría ser el nombre científico del alma?

En sus paseos a veces se dejaba acompañar por un niño. Podría pensarse que disfrutaba ejerciendo de maestro, pero en realidad le necesitaba, necesitaba su limpia forma de ver las cosas, sin ideas preconcebidas, sin pretensiones científicas, solo por el placer de verlas. “Mirad, maese Linneo, esas flores... Esta mañana estaban abiertas de cara al sol, y ahora están durmiendo”.

Y así empezó a confeccionar su lista. Al amanecer, Catananche caerulea. A media mañana, Selenicereus grandiflorus. Al mediodía, Nyctanthus arbortristis... Si Dios tuviera un reloj, seguro que no necesitaría engranajes, ni palancas, ni contrapesos.

4 comentarios:

ludovico dijo...

A mí me gustaría un trabajo floral de estos. A las 2 me pongo y a las cinco me quito. Con siesta enmedio eso sí.

ludovico dijo...

¡Ah! por cierto cabra se escribe con una u más ubres.

Harry Sonfór dijo...

Linneo es lo más grande que hay.

Helter dijo...

El tipo vio que era muy complicado construir un reloj de estos, porque las plantas no se desarrollan de la misma forma según la latitud, el tiempo... Otros lo construyeron después basándose en sus observaciones.