Pete, vestido con ropa de trabajo, no se atrevió a mirarla directamente a los ojos hasta que ella se lo exigió con voz firme. En el cenador chino del jardín a aquella hora de la mañana el aire fresco corría libremente dejando caer hojas en el té de la Sra. Winchester. Sobre la mesa de metal esmaltada en blanco, un delicado juego de té de porcelana, un platito con pastas, mantequilla y confituras variadas. Sarah lo tiró todo al suelo de un manotazo y abrió un gran papel sobre la mesa. Su dedo iba volando de un lado a otro dando indicaciones que Pete apenas podía seguir. Reparó en el plano en una puerta que daba al vacío y se lo indicó. Ella hizo como si no le hubiera oído y acarició el lomo de su gata mientras ésta lamía la leche derramada. “Pero cuánto le gusta la leche a mi Annie”, le susurraba.
Cada mañana, la señora y el capataz se reunían en el cenador para establecer los trabajos de construcción del día. Si llovía, ella abría un paraguas mientras él, de pie, se empapaba pacientemente sin una queja. Pero Sarah acababa tan empapada como Pete, porque usaba el paraguas solo para evitar que el plano se mojara demasiado. Después de la reunión, subía al coche de caballos y él la llevaba al otro lado del jardín, donde las dos tumbas. Ante la lápida de la izquierda Sarah desplegaba el plano y explicaba excitada sus planes y proyectos a la tierra. Después escupía sobre la tumba de la derecha y gritaba: “¡Tú los creaste, maldito seas!”
Un día Pete se atrevió a preguntarle cuándo calculaba ella que podía darse la casa por acabada. “Nunca”, le dijo. Todas las tardes Sarah tocaba su piano, que tenía dos teclas desafinadas. El viento giraba alrededor de la gran casa haciendo girar a su vez las notas de un Para Elisa disonante, perverso, que se colaba en contrapunto con el ruido de sierras, martillos y pulidoras. Eso, y el eterno olor a pintura fresca y barniz.
Puertas detrás de otras puertas, pasillos imposibles, escaleras que no se sabe si suben o bajan, ventanas a ninguna parte, columnas sin pies ni cabeza, arcos asimétricos, trampillas falsas... Si uno ponía la mano sobre la pared, notaba el latido de la casa. Sarah no vivía en su interior: era la casa quien vivía alrededor de Sarah. Los chicos de Pete llevaban siempre una brújula encima, y aún así a menudo se perdían. Una vez, uno de ellos estuvo cinco días perdido en el interior de la casa. Tras la tercera expedición en vano, Pete estaba dispuesto a volver a entrar a buscarle, solo, diciendo que no volvería sin él, cuando Sarah le ató una cuerda a la cintura y se ató el otro extremo a la suya. Fue ella quien encontró al chico en el ala este arrodillado al pie de una ventana tapiada, a punto de morir de sed. A su lado, Annie le miraba con curiosidad. Ella nunca se perdía.
En el pueblo decían que Sarah, con tantas habitaciones, escaleras y puertas, pretendía engañar a la muerte y a sus espectros. Menuda tontería. Como si se pudiera. Y decían también que una mujer acudía a la casa por las noches con una bola de cristal, ponía los ojos en blanco y lloraba como un bebé hasta que Sarah le daba el pecho.
Pasados 38 años, una hora antes del amanecer, la muerte entró en la cámara de Sarah atravesando la pared. Sarah le preguntó cómo había podido encontrarla. “He seguido tu sombra”, respondió la muerte.
12 comentarios:
Me ha gustado mucho esta entrada, siempre sueño e imagino casas que se abren y crecen y decoran y desdecoran y remuevan y remozan sin tener que hacer grandes equivalencias, pero una casa como la de la señora Winchester entra de lleno en el lado oscuro de las pesadillas.
Luego miro la casa en la que vivo y salgo a dar un paseo
No, si la historia es bien sorprendente, pero sin comerlo ni beberlo ha vuelto a salir una teta a relucir.
Y lo mejor del caso es que no fuí yo el que sacó la teta.
Oiga Helter, recuerdeme que un día le cuente la história de todo un Doctor-Arquitécto (antefirma así sus proyectos,orgulloso imagino de sus dos carreras) que investigando en su propia casa temas de domótica y edificios inteligentes, me tuvo tres cuartos de hora esperando en la puerta de su casa, por que no encontraba el cablecito o botón que la abría.Con lo fácil que es la manivela de toda la vida, ea.
Si es que cuantos más estudios más se reseca el "selebro".
Má, qué entrada más buena.
Una vez fui a una demostración de una casa domótica. Conocía al jefe del equipo y me esperaba cualquier cosa de él, menos que todo funcionara correctamente. Uno de los puntos fuertes era la puerta de entrada, lo más seguro del mundo, pero que tardaba como tres minutos en abrirse, tiempo sobrao para que un chorizo te amenace por la espalda. Para no asustar a los inversores decidieron prescindir de la puerta en la demostración... y nadie la echó en falta.
Eso se arregla con un sistema con el que, según vas llegando a casa, llamas por el móvil a la puerta y le dices "ábrete sésamo", pero no te puedes retrasar buscando aparcamiento porque te puedes encontrar dentro invitados no deseados.
El sistema existe hace años para encender calefácciones. Usted trabaja a 20 km de su casa y la quiere bien calentica cuando llegue y ale, Typhone al canto, llama por teléfono y cuando llega a casa, casa calentita. Si usted o su señora trabajan en casa, pues no vale la pena que haga semejante gilipollez,le llama a ella y le dice "nena, enciende la candela que voy", a lo que ella le dirá "si yasta encendía".
Otra forma serían los sensores volumétricos, que es eso que hace que usted se le abra la puerta del Carrefour cuando entra, cuando usted entre en su casa tachaaan, se enciende la calefacción, pero claro que es lo mismo que apretar un botón ya que está allí. Oigan y que me dicen de encender las luces con palmas, que el sensór no entiende si son palmas o gritos, lo mismo dá que palmee como si le hiciera un coro a los Chichos, que qué le diga "IIIEEEEEEEEEEEEE", se encienden lo mismito. Y lo de la domótica para saber lo que te hace falta en la nevera ya es la hostia en pasta, usted no se quedará sin mantequilla en la vida y si se confía, se la comerá hasta caducada, pero en todo caso, sigo pensando que tanta modernidad nos hace cada vez un poquito más tontos, oiga, que hay quién no sabe encontrar ya una calle sin un GPS aunque tenga el plano en la mano.
Me ha gustao eso de los sensores volumétricos. Me he acordado de cuando Bart le vendía el alma a Millhouse por cuatro perras y luego las puertas automáticas esas no se le abrían. De lo que se deduce que el alma es un ente volumétrico. Cariño, que no he engordao, es que me pesa el alma.
Oiga, y con los sesóres volumétricos no se imagina usted los problemas que tiene la gente de poca estura, desde que quitarón las fotocédulas de toa la vida (colocadas en paralelo a la altura de la cintura) y pusierón los sensóres en lo alto de las puertas, si eres niño o bajito, te toca saltar para que se abra, o bueno, si eres niño gamberrete pegarle un pedrazo al sensor.
A mi lo que me pone de verdad es la voz de algunas máquinas expendedoras de tabaco, qué sensual, qué femenina voz de no fumadora que uno se la imagina en picardías tumbada en la cama diciendo aquello de "su tabaco, grácias" y se pone palote en un pis pas y piensa que le dice "siiii, siiii, su tabacooo, toma más tabacooo, asíii asíii, que puede dañar tu esperma pero me dá lo mismooo, siiii más, más". Lo que pasa es que a la estanquera si le puedes decir "cambiamé la cajetilla que pone que puede matar, por la de que daña el esperma que me da menos mal rollo".
Pero que día más tonto llevo Dio.
Pues a mí me han traído este verano unas cajetillas de cigarrillos polacas. Los mensajitos salen igual, pero en polaco, y el hecho de que no aparezcan ciertas palabras clave como "matar" o "cáncer" pues te permite fumar con menos remordimientos.
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