- ¿Qué pista? –preguntó el príncipe.
- Pues eso –le dije-, que tendríamos que buscarlo junto a cada casa dentro de tres kilómetros a la redonda; nos dividiremos en cuatro grupos: usted, yo, mi jardinero y mi ayudante Vencl, y ya está.
- Pues eso –le dije-, que tendríamos que buscarlo junto a cada casa dentro de tres kilómetros a la redonda; nos dividiremos en cuatro grupos: usted, yo, mi jardinero y mi ayudante Vencl, y ya está.
Pues bien, a la mañana siguiente lo primero que ocurrió fue que Klára me trajo otro ramo de crisantemos azules. Después registré mi zona; en cada taberna me tomaba una cerveza no muy fría, comía quesos apestosos y preguntaba a la gente si había visto crisantemos azules. No le hablaré de la diarrea que me produjeron aquellos quesos apestosos; hacía calor, como a veces pasa a finales de setiembre, y yo iba casa por casa aguantando cualquier inconveniencia, porque la gente me tomaba por loco, por un agente o por un funcionario. Pero al anochecer una cosa estaba clara: en mi zona no había ni un crisantemo azul. Los otros tampoco encontraron ninguno. Solo Klára volvió a traer un ramo de crisantemos azules recién cortados.
A todo esto, ya se sabe que un príncipe es persona muy importante, de modo que llamó a los gendarmes, les dio un crisantemo a cada uno y les prometió no sé qué si descubrían dónde crecían. Los gendarmes son gente culta, incluso leen periódicos, además de conocer todas las piedras y tener mucha influencia.
Señor, imagínese que aquel día seis gendarmes, guardias urbanos, los alcaldes de los pueblos, los alumnos con los maestros y una tribu de gitanos recorrieron palmo a palmo toda la región que cabía dentro de los tres kilómetros, recogieron todas las plantas con flor y las llevaron al castillo. Madre del amor hermoso, había tantas flores que parecía Corpus Christi; pero de crisantemos azules, ni uno ni medio.
Karel Čapek
2 comentarios:
Ains.
Sí, ains... En dos entraditas más ya verán cómo acaba. Queda, para mi gusto, lo mejor.
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