Hicimos vigilar a Klára todo el día; por la noche se escapó, y pasada la media noche me vino con los brazos a rebosar de crisantemos azules. Enseguida la hicimos encerrar en prisión para que no los cogiera todos, pero ya no sabíamos qué más hacer. En serio, parecía cosa de magia; figúrese, en un país que cabe en la palma de la mano.
Mire usted, uno tiene derecho a ser grosero cuando está muy enfadado o cuando fracasa, ya lo sé, pero cuando el príncipe me dijo, de la rabia que tenía, que yo era tanto o más idiota que Klára, protesté y le dije que no pensaba dejarme insultar por un viejo cretino. Me fui directamente a coger el tren y desde entonces no he vuelto a Lubenc. Pero cuando estaba sentado en el vagón y el tren se puso en marcha, yo, señor, rompí a llorar como un niño porque lo había tirado todo por la borda y porque ya no podría volver a ver nunca más un crisantemo azul. Y mientras lloraba y miraba por la ventana, vi una cosa azul justo al lado de la vía. Señor Čapek, eso fue más fuerte que yo: me levanté de un salto y tiré del freno de emergencia; el tren se detuvo con un golpe seco y yo caí sobre el asiento de enfrente y me rompí este dedo. Y cuando vino el revisor, balbuceé que me había dejado algo y tuve que pagar una multa astronómica.
Blasfemando como un condenado, cojeando, volví por la vía en dirección a donde estaba la cosa azul. Imbécil, me decía, probablemente no es más que áster otoñal o cualquier otra tontería azul, y tú tirando el dinero. Caminé unos quinientos metros; ora pensaba que la cosa azul no podía ya estar muy lejos, ora que la había pasado de largo, ora que simplemente la había soñado, cuando en un pequeño terraplén vi una casa de guardavía y por encima de la valla de su jardín, la cosa azul. Eran dos matas de crisantemos azules.
Señor, hasta los niños de pecho saben qué cultivan los guardavías en sus jardines. Además de coles y sandías, suele haber girasoles, un par de rosas rojas, malvas y alguna dalia; ese hombre no tenía nada de eso, sino patatas, judías, un saúco y, en un rincón, los crisantemos azules.
- ¡Eh! –le dije desde el otro lado de la valla- Estas plantas, ¿de dónde las ha sacado?
Karel Čapek
3 comentarios:
Oiga Helter, que no duermo intentando adivinar de donde saca los crisantemos la Klára, unos sudores que pa qué.
A ver si en la última entrega me va a saltar con que se ponía la gorra al revés pa que en vez de ir parecía que venía o algo así y de este modo no podían seguirla.
Había uno que dijo que hacer poesía era fácil: había que retirarse para conseguir que el vacío se hiciera, y entonces desde ese vacío describirlo. (Hablo de memoria, y ni siquiera recuerdo quién decía eso, así que es muy adaptado, nada fiel seguro a la literalidad).
Bueno, a lo que iba: es ese vacío el crisantemo, el vacío se ha llenado de crisantemos, igual que su casa se ha invandido por las flores.
Esto de tomar un objeto cualquiera como símbolo y hacerlo protagonista de una historia parece muy fácil de hacer, pero no lo es. Es la maleta de las pelis de espías, por poseerla la gente se mata y el espectador no sabe ni qué lleva dentro, y es que da igual lo que lleve. Puede ser Excalibur, o el tesoro de la isla, o el halcón maltés, o Itaca, o el santo grial. Pero hasta el final nos tiene pillados si la historia está bien contada.
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