
-¡Ahí va, pero qué calvo estás!
-¿15 años sin vernos y esto es lo primero que me dices? Serás…
Este es uno de los más o menos ingeniosos comentarios que voy cazando al vuelo durante la fiesta del 15º Aniversario de Promoción de mis compañeros del instituto.
15 años sin vernos, y por mí podrían pasar 115 más. Me siento tan fuera de lugar como suelo sentirme en las fiestas donde no conozco a nadie. Bueno, la verdad es que los sigo viendo como aquellos adolescentes impresentables a los que empezaba a causar estragos la testosterona. No como yo. Unos han venido con trajes a medida como queriendo demostrar lo bien que les va en la vida. Otros van deliberadamente desaliñados como diciendo: “Vosotros y esta reunión me la traéis al fresco”. Y el graciosillo de la clase no ha variado su repertorio: ¿a dónde va todavía con lo de “un inglés, un francés y un español…?
Además, como que las únicas cuatro chicas que había en la clase no han venido –han hecho bien- en el cartel de la entrada habría que poner: “Promoción del 90. Fiesta sin mujeres y con cerveza caliente. Bienvenidos”.
-¡Hola! ¡Cuánto tiempo! Soy Andreu.
El ex alumno que ahora me abraza con un punto más de efusividad del que me gustaría yo lo recordaba como “aquél de los ojos saltones”. Ahora se ha convertido en un Steve Buscemi de casi 30 años.
Han traído el bufet y enseguida nos vemos aprisionados entre un gentío ávido de ganchitos y croquetas congeladas. Esto nos facilita la conversación y no tardo en darme cuenta de que Andreu se ha convertido en alguien bastante ameno e interesante. Yo le hablo de mi trabajo escribiendo para revistas de gastronomía y él me dice que gracias al suyo, en una agencia de viajes, ha visto un montón de países y que ahora acaba de volver de una convención de fans de la serie Star Trek en Vancouver.
-¡No me digas que te gusta Star Trek! ¡A mí me encanta!
-Ya veo que tenemos cosas en común –sonríe Andreu.
-Pues tienes que venir un día a cenar a mi casa con Elena, mi compañera, –le digo entre dos empujones de gente que va y viene del bufet- acabo de comprarme un pack especial con los cinco primeros episodios de la primera temporada en DVD. Lleva extras y escenas inéditas. Te va a encantar.
Después de unos minutos más de conversación Andreu alega que al día siguiente tiene que de madrugar, así que anotamos nuestras señas en las agendas de nuestros móviles. Andreu se despide haciendo el saludo vulcano: la palma extendida y formando una V con los dedos tres a dos.
Al poco rato decido escabullirme, cuando uno de los camareros nos dice bastante groseramente que ha de cerrar el local mientras algunos ex alumnos intoxicados de cerveza caliente proponen a gritos acabar la noche en un bar con karaoke.
En el buzón solo encuentro facturas y ningún mensaje nuevo en el correo electrónico. Las editoriales a las que envié mi propuesta de libro sobre cocina antillana siguen sin dar señales de vida. Llevaba tecleado medio artículo sobre la caldereta menorquina cuando suena el teléfono.
-¿Sigue en pie la invitación a cenar?
-¡Andreu! Pues claro que sí. Si te va bien puedes venir esta misma noche, a eso de las nueve.
-No recuerdo si te lo comenté en la fiesta, pero es mejor que te advierta que soy vegetariano –una pausa- vegano.
-¡Ah, ningún problema, hombre! ¿A las nueve entonces?
Vuelvo al ordenador y entro en el buscador a ver si eso de vegano podría suponer algún problema. Marco la primera de las muchas páginas que aparecen y aquí consigo toda la información necesaria:
“VEGANO. Término acuñado para distinguir a los veganos de los vegetarianos. Filosofía basada en vivir exclusivamente del reino vegetal excluyendo carne, pescado, aves, huevos, miel e incluso leche animal (recurren a la leche de soja) y derivados lácteos.”
Muy claro.
Mientras estoy en la cocina preparando el primer plato, calabacitas de Veracruz (la receta de la pág. 27), Elena se ocupa de la ambientación musical (me encanta cocinar con música) y también de dejarme claro que no le entusiasma precisamente pasar una velada viendo episodios antiguos de Star Trek.
-No entiendo cómo a alguien le puede gustar esa serie tan cutre –me dice mientras abro una lata de maíz-. Se supone que están en el siglo XXIII pero llevan unos tupés que parecen maniquíes del Corte Inglés.
Está apoyada en la puerta de la cocina haciendo girar un CD de Nirvana con el dedo. Decide volver a la carga:
-Seguro que es un friki.
-Elena, no todos a los que les gusta Star Trek son unos frikis. Mírame a mí.
Por su mirada deduzco que mi comentario no ha tenido éxito.
-Y cuidado con ese CD, que se te va a caer.
-Por cierto, ¿beben alcohol los veganos? –dice señalándome las dos botellas de vino junto a la mesa del comedor.
-No le vi beber en la fiesta, claro que tampoco apetecía nada aquella cerveza caliente.
-¿Sabes si tiene novia?
-¡Uf! –resoplo mientras corto el queso fresco a dados- eso no me lo dijo. Al menos esta noche vendrá solo.
-Seguro que es un friki –sentencia Elena mientras se va a poner un CD de los Limp Bizkit.
Ahora que por fin acabó el interrogatorio puedo echar a la cazuela el quesss… ¡Un momento! ¡El queso es de origen animal!
Bajo apresuradamente a una tienda de productos naturales que hay a unas cinco travesías. Consigo llegar un par de minutos antes del cierre y compro un paquete de tofu. Servirá para sustituir el queso.
Ahora debo darme prisa con el segundo plato: berenjenas rellenas (de verduras, claro).
Corto las berenjenas a lo largo y las pongo a hervir hasta que se ven blandas. Cuando están frías les quito la pulpa –con cuidado de no romper la piel- y en una sartén sofrío dos pimientos verdes y una cebolla a pequeños trozos. Poco después añado un bote de tomate sofrito. Diez minutos después echo la pulpa de la berenjena. Sazono con sal y pimienta, remuevo y relleno las berenjenas con esta mezcla. Espolvoreo con ajo y perejil picados y pan rallado, y reservo las berenjenas sobre papel de plata en una fuente de horno para gratinarlas cinco minutos antes de servir.
Elena me demuestra que también tiene su buen corazón ayudándome a cortar y limpiar las fresas para el postre: fresas con zumo de naranja y hierbabuena picada. Las repartimos en copas y las guardamos en la nevera.
Repaso nuestra colección de CD y me pregunto qué música les gustará a los veganos. ¿Quizás Pink Floyd? Tengo el Atom Hearth Mother, aunque quizás no sea muy apropiado por la vaca de la portada.
Suena el timbre. Tras la puerta aparece un sonriente Andreu con una botella de vino en la mano –pues sí, los veganos beben- y ¡Dios mío! ¡Vestido con el uniforme rojo y negro de gala de la tripulación de Star Trek bajo la gabardina! Ahora sí que lo tengo crudo para convencer a Elena de que Andreu no es ningún friki.
Elena consigue disimular aceptablemente el shock del uniforme. Presentaciones, dos besos en la mejilla. Descorchamos la botella de vino que ha traído –un buen Ribera del Duero, al menos en esto le alabo el gusto- y ya nos hemos tomado algo más de media botella cuando nos sentamos a la mesa. Abro otra botella de vino mientras Andreu saborea las calabacitas.
-Mmmm… Tienes que darme la receta. Aunque la verdad, no estoy muy dotado para la cocina.
Andreu dedica grandes elogios a las berenjenas y acepta otra ración. Me doy cuenta de que el vino ha disminuido considerablemente y de que Andreu llena su copa una y otra vez mientras que a Elena y a mí nos es imposible seguir su ritmo.
Ya no queda ni gota de vino cuando traigo las fresas. Cuando llego a la mesa Andreu está dedicando a Elena una conferencia sobre los beneficios del veganismo. Su dicción algo pastosa me hace sospechar que el vino le está causando efecto.
-¿Tienes algún licorcito para acompañar estas estupendas fresas? –pregunta Andreu.
- ¡Claro! He comprado una botella de whisky. Ahora la traigo.
Andreu se sirve una ración de whisky en un vaso que a mí –que no tengo mucho aguante para el licor- me hubiera dejado medio grogui.
-A mí me atrae mucho todo lo relacionado con el espacio –dice señalando la carátula del DVD de Star Trek donde aparece una nave espacial. ¿Sabéis que hace dos años en lo alto de una montaña de Lanzarote tuve contacto con un grupo de extraterrestres?
Elena y yo lo miramos boquiabiertos. Antes de proseguir su relato se sirve otro generoso lingotazo de whisky.
-Era por la noche, ya me había metido en el saco de dormir –nos cuenta acercándonos su mirada vidriosa-…y me despierto rodeado por unos hombrecillos de un verde fluorescente y del tamaño de un niño de cinco años.
-¿Y no se te llevaron? –pregunta Elena con su típica expresión de “no sé como tomármelo”- ¿Cómo se dice…? ¿No te abdujeron?
-No –responde Andreu-. Se limitaron a hacerme cosquillas y se fueron. Quizás en su planeta sea una forma de contacto.
Elena simula su consternación comiendo más fresas. Andreu se escancia más whisky.
Durante el visionado de Star Trek, Andreu se dedica a imitar los sonidos de los disparos de láser (¡tzú-tzú-tzú!) y a apurar el whisky. Elena se ha quedado dormida en el sofá.
-¿Hay más whisky? –pregunta señalando la botella vacía. Bueno, la verdad es que dice algo parecido a “¿Hay báz güisgui?”.
-Me temo que solo te puedo ofrecer vino del que uso para cocinar.
-¡Pues vale!
En vista del panorama, a la una de la noche llamo a un servicio de taxis por teléfono. Andreu me ha dicho –y le creo perfectamente- que no se encuentra en condiciones de conducir. Sigue dándole al vino de cocina y Elena a los ronquidos. El taxi se está demorando.
Por fin, cerca de las dos y media de la madrugada, aparece el condenado taxi. El conductor se queda perplejo al verme con un tripulante de Star Trek que apenas puede sostenerse en pie y que intenta hacerme el saludo vulcano como despedida, pero que lo único que consigue es meterse el índice en un ojo.
-¿No me vomitará en el coche, eh? –gruñe el taxista.
- Qué va –le tranquilizo-, ya viene vomitado de casa.
Las luces del taxi se deslizan calle abajo. Vuelvo a mi piso, me siento cansadamente junto a la mesa e intento servirme un vaso de vino de cocina, pero no queda ni una gota.
Elena se despierta y se incorpora a medias mirándome con expresión confundida.
-Bueno, –le digo encogiéndome de hombros- al menos Andreu es consecuente. El whisky no es de origen animal.
Le hago el saludo vulcano antes de arrastrarme hacia la cama. Ella me corresponde para, despacio, girar la mano, bajar todos los dedos y dejar alzado solo el corazón.