sábado, 27 de febrero de 2010

el crisantemo azul (I)


Ahora le explicaré –dijo el viejo Fulinus- cómo apareció Klára en el mundo. En aquella época yo era el encargado del parque principesco de Lichtenberg en Lubenc –señor, el viejo príncipe era un buen especialista; se hacía enviar árboles enteros desde Veitsch, Inglaterra, y solo de bulbos de Holanda, utilizó diecisiete mil unidades; pero esto solo entre paréntesis. He aquí que yendo yo un buen día por la calle me encontré con Klára; es la idiota del lugar, ¿sabe? Una peonza sordomuda y loca que no hacía más que gritar, contenta -¿sabría usted decirme, señor, por qué los idiotas son tan felices? Mientras la rehuía para que no me besara, me di cuenta de que llevaba un ramo en sus manazas; había hinojo y otras tonterías campestres, pero entre toda esa morralla… Mire, yo he visto muchas cosas, pero en ese momento estuve a punto de sufrir un infarto. Imagínese, esa loca tenía en su ramo una flor de crisantemo de color azul. ¡Azul, señor! Un azul como el de la Pholx laphami; viraba a color pizarroso, con los bordes de color rosa atlas, y por dentro como una Campanula turbinata en toda su plenitud. Pero me quedo corto: señor, ese color indio del crisantemo, entonces y aun ahora, es completamente desconocido. Años atrás estuve en casa del viejo Veitsch; sir James pretendía que el año anterior le había florecido un crisantemo tan azul como usted pueda imaginar. ¡Bueno!
De modo que Klára mugió con alegría y me regaló su ramo. Yo le di una corona y le mostré el crisantemo: Klára, ¿de dónde lo has sacado? Klára cloqueaba entusiasmada y se partía de risa; no pude arrancarle nada más. La reñía y ella gesticulaba con las manos, pero nada; insistía en abrazarme a la fuerza. Me fui corriendo a ver al príncipe con ese precioso crisantemo azul: Majestad, esto crece en algún lugar cerca de aquí; venid a buscarlo.

Karel Čapek

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