Níscalo, rovelló, guíscano, seta roya, hongo de pino, rebollón, ziza gorri, mícula, pingadouro, pebrasos, esclatasangs... Esta es una ínfima muestra de los nombres con que se designa a una de las setas más preciadas. Su nombre vernáculo --popular-- cambia con la idioma, la provincia y hasta con el valle de quien lo recolecte. Para evitar líos --que los hay--, los científicos utilizan un sistema llamado nomenclatura binomial con que a cada especie se le designa un nombre latinizado compuesto por dos términos: el género y el epíteto. Así, la ciencia no habla de níscalos sino de Lactarius deliciosus o de Lactarius sanguifluus.
En el 2008 se cumplen 250 años desde que Carl von Linné, creador de la nomenclatura binomial, publicó la décima edición de su Systema Naturae, con el que generalizó su método y clasificó a más de 3.300 animales y 7.700 plantas. La Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica --entidad que supervisa la designación científica de los animales-- conmemora entre hoy y el jueves el acontecimiento con un simposio en la ciudad de París, en un momento en el que las empresas empiezan a dejar su huella en los nombres científicos.
Muchos especialistas se oponen a la nueva costumbre de utilizar los nombres de las especies con fines publicitarios. Roberthoffstetteria nationalgeographica, Proceratium google o Hylaeus tetris, son algunos ejemplos. Pero lo cierto es que desde el principio de la nomenclatura binomial se han ido dando casos que han banalizado, en cierto modo, esta disciplina. El mismo Linné se burló del conde de Buffon, uno de sus detractores, bautizando al sapo común con el nombre de Bufo bufo..
De modo parecido, numerosos personajes públicos han visto inmortalizados sus nombres en alguna que otra especie: el pequeño insecto Leonardo davincii, la avispa Mozartella beethoveni, la hormiga Pheidole harrisonfordi (¿en loor a Harrison Ford, o a Harry Sönfor?), la planta Napoleonaea imperialis, el desdichado escarabajo cavernícola Anophthalmus hitleri o el género de araña Orsonwelles, que agrupa diversas especies como O. othello, O. macbeth o O. falstaffus.
Bandas extintas como los Beatles, los Sex Pistols y los Ramones han dado nombre a especies también desaparecidas de trilobites, como Avalanchurus lennoni, Arcticalymene viciousi o Mackenziurus joeyi. La devoción ha ido incluso más allá, hasta el punto de que géneros reciban el nombre de personajes ficticios tales como el del ácaro Darthvaderum, el del crustáceo Godzillius, el del pez Satan o el de especies como la de una araña que vive en total oscuridad en las cuevas y que recibe el nombre de Draculoides bramstokeri, el pequeño gorgojo Phrydiuchus quijote o la avispa jorobada Stylaclista quasimodo.
Mención especial requieren los nombres derivados de la mitología de Tolkien. El año pasado, un equipo español halló una nueva especie de invertebrado en cuevas de Castellón y Tarragona: el Gollumjapyx smeagol. Asimismo, Nazgulia, Legolasia, Gimlia o Entia corresponden a géneros de avispa inspirados en El Señor de los Anillos.
La locura por los nombres ha llegado a alcanzar la ordinariez, como los de los escarabajos Colon rectum, C. grossum o C. mosntruosum, el dinosaurio Scrotum humanum o el hongo que, por su forma, el propio Linné denominó Phallus impudicus. Pese a los raros ejemplos, lo cierto es que la nomenclatura ha sido, de siempre, una fuente de creatividad. Cualquier especie tiene su etimología. Todo nombre científico cuenta una historia, si no descabellada, por lo menos curiosa.
De El Periódico