En Fort Lauderdale, Florida, la Venecia de América, los más viejos del lugar aún recuerdan aquél fatídico 5 de diciembre de 1945, casi 8 meses del fin de la guerra. El vuelo 19, un grupo de 5 pilotos de aviones torpederos Avenger, salió de Fort Lauderdale, que constituye una de las tres puntas del triángulo de las Bermudas, con la misión de hacer un recorrido hasta la mayor isla de las Bahamas y regresar por una ruta en forma de triángulo. Nunca más se les volvió a ver. Fort Lauderdale envió un avión de rescate que también desapareció. Los tripulantes de un barco que navegaba cerca del punto de desaparición afirmaron haber visto una gran explosión en el cielo. Saquen sus propias conclusiones.
Pero lo peor estaba por llegar. En 1949 el alcalde de Fort Lauderdale, Joe N. Morris, que Dios le confunda, tuvo una idea genial. Contrató a Harry S. Onford, el borracho oficial del pueblo, para que se disfrazara de Papa Noel y saltara desde un avión en paracaídas para repartir regalos a los inocentes niños de la ciudad. ¿Bebió mucho Harry aquella noche? Nunca lo sabremos. La mala fortuna quiso que acabara enredado en unos cables eléctricos, de donde tuvo que ser rescatado por los bomberos. En su forcejeo con los cables, perdió el gorro, la peluca y la barba. ¿Cómo podría calificarse a alguien que les quitó la ilusión navideña a los niños? ¿Qué adjetivos podrían emplearse para referirse a un monstruo así? Imaginen si pueden sus caritas perplejas tras reconocer al borrachuzo impostor. Son hechos como este los que marcan para siempre a una generación.
Olvidemos si es posible esta desgracia, y quedémonos con la imagen del venerable anciano regalón que nos dejó Mélies. Ho ho ho.