miércoles, 24 de diciembre de 2008

ho ho ho


En Fort Lauderdale, Florida, la Venecia de América, los más viejos del lugar aún recuerdan aquél fatídico 5 de diciembre de 1945, casi 8 meses del fin de la guerra. El vuelo 19, un grupo de 5 pilotos de aviones torpederos Avenger, salió de Fort Lauderdale, que constituye una de las tres puntas del triángulo de las Bermudas, con la misión de hacer un recorrido hasta la mayor isla de las Bahamas y regresar por una ruta en forma de triángulo. Nunca más se les volvió a ver. Fort Lauderdale envió un avión de rescate que también desapareció. Los tripulantes de un barco que navegaba cerca del punto de desaparición afirmaron haber visto una gran explosión en el cielo. Saquen sus propias conclusiones.

Pero lo peor estaba por llegar. En 1949 el alcalde de Fort Lauderdale, Joe N. Morris, que Dios le confunda, tuvo una idea genial. Contrató a Harry S. Onford, el borracho oficial del pueblo, para que se disfrazara de Papa Noel y saltara desde un avión en paracaídas para repartir regalos a los inocentes niños de la ciudad. ¿Bebió mucho Harry aquella noche? Nunca lo sabremos. La mala fortuna quiso que acabara enredado en unos cables eléctricos, de donde tuvo que ser rescatado por los bomberos. En su forcejeo con los cables, perdió el gorro, la peluca y la barba. ¿Cómo podría calificarse a alguien que les quitó la ilusión navideña a los niños? ¿Qué adjetivos podrían emplearse para referirse a un monstruo así? Imaginen si pueden sus caritas perplejas tras reconocer al borrachuzo impostor. Son hechos como este los que marcan para siempre a una generación.

Olvidemos si es posible esta desgracia, y quedémonos con la imagen del venerable anciano regalón que nos dejó Mélies. Ho ho ho.

jueves, 18 de diciembre de 2008

mortimer

Cada noche le veía actuar desde el lateral del escenario. Aunque estuviera haciendo algo importante, cuando él entraba en escena me inventaba alguna tarea estúpida, como hacer y deshacer un nudo en una cuerda o rebuscar cualquier cosa en una caja. Pero en la escena del suicidio me quedaba paralizada, hipnotizada. Nadie más alrededor, ni entre bambalinas, ni en el patio de butacas ni en el escenario. Él actuando solo para mí hasta que los atronadores aplausos rompían el hechizo. Jamás entenderé cómo podían aplaudir, cuando yo en cambio era incapaz de mover un músculo.

Sin darme cuenta empecé a dejar flores en su camerino. Un clavel blanco cada noche que depositaba sobre la mesa, ante el espejo, justo al acabar la escena del suicidio y antes de que él entrara para cambiarse. Dios, lo que habría dado por ver su cara al descubrirlo.

Una vez le sorprendí besándose con la actriz protagonista. No, no formaba parte de la obra ni ocurrió en el escenario, sino en los pasillos, en un rincón. Sentí un impulso irreprimible de lanzarme sobre él y abofetearle, de darme a conocer. En lugar de eso, registré su camerino en busca de pruebas que demostraran, como yo creía, que no se trataba más que de un calentón producto del roce en el trabajo diario. Miré en los cajones, en los bolsillos de su chaqueta, dentro de su bolsa de deporte… Encontré su móvil. Las últimas cinco llamadas eran al mismo número. Lo marqué y esperé. Escuché la voz de la actriz diciendo que dejara un mensaje porque en ese momento estaba ocupada. Ocupada, la muy puta. Tiré el móvil a la papelera, y en su fondo encontré ajados tres claveles blancos.

Y por eso cambié los cuchillos. La de esta noche será la mejor actuación de toda su vida, y además será la última actuación de toda su vida. Nadie más que yo sabe por qué esta noche le he dejado un clavel rojo.

viernes, 12 de diciembre de 2008

¡zaca, zaca!


Por la mañana íbamos en bicicleta hasta el río. Recogíamos moras, las ensartábamos en juncos y las metíamos en el agua a refrescar. Después nos pintábamos los labios con su zumo y jugábamos a humanos y zombis. Nos bañábamos en el río hasta que nos entraba el hambre y después nos llegábamos a lo del tío Palomitas.

- ¡Rediós, que calor arce, puto verano! –decía el tío Palomitas.

Estaba sentado a la sombra de su higuera, ahí en el banco de piedra gris moteada de blanco y de liquen. De vez en cuando caía un higo maduro sobre la mesa de piedra gris moteada de blanco y de liquen y se espachurraba, y los pájaros bajaban a picotearlo esquivando los manotazos del tío Palomitas.

- ¡Zaca, zaca! –les gritaba el tío- ¡que no me caguéis la mesa, joputas!

Nos sacaba unas galletas rancias y un botijo de agua fresca, y a cambio le ayudábamos a mantener a los pájaros a raya. Se sentaba tranquilo, con su ramita de tomillo en los labios, nos miraba y se reía. Así estábamos hasta la puesta de sol, y regresábamos a casa cuando los grillos empezaban a cantar.

Un día al llegar vimos al tío sentado en el banco, como siempre, con su ramita colgando de los labios. Entre las manos tenía un higo espachurrado y los pájaros lo picoteaban sin que él hiciera nada por evitarlo. Era un cachondo el tío Palomitas. Hasta muerto sonreía.

martes, 9 de diciembre de 2008

sokushinbutsu


En los templos del monte Kooya, en Japón, un monje budista llamado Kuukai fue el fundador, hace más de mil años, de la secta budista Shingon, que creía en la idea de alcanzar la iluminación a través del castigo físico. Y fue él quien estableció el método para automomificarse en vida.

Durante los primeros 1.000 días, el sacerdote solo comerá frutos secos y semillas que encuentre en el bosque, y eso sin dejar de trabajar ni moverse. Así la grasa corporal, que se descompone con facilidad tras la muerte, se reduce casi a cero.

En la segunda fase el sacerdote solo puede comer una pequeña cantidad de corteza y raíces del pino japonés mokujiki durante 1000 días más. Así se reduce el contenido de agua del cuerpo. Después tiene que beber un té hecho de savia del árbol urushi, que es venenosa. Esto le provocará vómitos y sudores, pero mata a cualquier larva o insecto que pudiera desarrollarse en el cuerpo tras la muerte.

Por último, el sacerdote es enterrado vivo en un espacio de piedra justo para que esté sentado en la postura del loto. Se le instala un tubo por donde entra aire y una campana que él hará sonar cada día. En cuanto la campana deja de sonar, se quita el tubo y se sella la tumba.

En Japón se conservan unas veinticuatro momias budistas. La práctica de la automomificación fue prohibida a finales del siglo XIX.

domingo, 7 de diciembre de 2008

yorik


La abuela del pianista Robert Andrzej Krauthammer le sacó de Polonia a los 7 años, mientras sus padres se quedaban a esperar la muerte en el gueto de Varsovia. Murió en 1982 a la edad de 46 años en Gran Bretaña, y en su testamento donó sus órganos a la ciencia. ¿Todos? ¡No! Decidió regalar su cráneo a la Royal Shakespeare Company para su uso en representaciones teatrales.

En 1989 un actor lo utilizó en los ensayos, pero le daba muy mal rollo y se le olvidaba el soliloquio. El cráneo acabó en un estuche criando polvo, olvidado de todos. Años después David Tenant lo descubrió y, previa obtención del permiso de la Human Tissue Authority por tener la calavera menos de cien años de antigüedad, la ha utilizado este año para representar Hamlet en Stratford-upon-Avon, la ciudad natal de Shakespeare.