- ¿Pero ande vas con ese vestido rojo? ¿Tú me ves a mí vestida de rojo? Anda, anda, sube a ponerte el azul y date prisa que se hace tarde y tendremos que esperar por la escalera.
Miré a madre: iba de negro. Como ayer. Como anteayer. Creo recordar que el día que nací también iba de negro. Cuando bajé con el vestido azul puesto ya me estaba esperando de pie junto a la puerta. A su lado tenía un cubo lleno de trapos entre los que asomaba el señor Netol con una sonrisa de oreja a oreja.
Mientras subíamos por la pendiente que lleva al cementerio me dijo que empezaríamos por el nicho de la tía Julia.
- La tía Julia era una santa y más limpia que los chorros del oro y el bizcocho de anís le salía como a nadie. Después de prepararlo quemaba una rama de canela y el olor se paseaba por todos los rincones de la casa durante horas.
Al llegar me envió a la fuente a llenar el cubo. Cuando volví ya se había agenciado la escalera para llegar donde la tía Julia, que estaba en el tercer piso. Se sacó un manojo de llaves del canalillo, escogió una y abrió el marco del nicho.
- Anda, toma la flor y lávala bien con agua. Menuda era la tía Julia. Era una santa y tan limpia que para cocinar nunca tocaba la comida con las manos. ¡Si hasta hacía las croquetas con cuchara y tenedor!
Mientras madre limpiaba el cristal y el metal del marco yo me entretenía mirando las lápidas. Algunos nombres me eran familiares y otros no. Las lápidas de algunos nichos eran tan viejas que el nombre pintado ya no se podía leer.
- Alcánzame ese trapo, niña. Esos muertos sin nombre, qué pena… Qué malos debieron ser en vida para que nadie cuide ahora de ellos.
Cogió algo de dentro del jarrón del nicho y me lo enseñó.
- Es el anillo de casada de la tía Julia. No quiso que la enterráramos con él. “¿Para qué sirve un anillo de casada si nadie puede verlo?”, solía decir. Cada noche lo limpiaba con bicarbonato y lo dejaba en la mesilla de noche dentro de un vaso con agua del carmen. Era una santa y limpia como los chorros del oro.
- Tú la querías mucho a la tía Julia… -dije en un tono a medio camino entre pregunta y afirmación.
- ¿Que si la quería? ¿QUE SI LA QUERÍA? Era más mala que un dolor de muelas la tía Julia. Aún tengo sus dedos marcados en las mejillas de las leches que me daba. Hasta el cura cambiaba de acera cuando se cruzaba con ella por la calle. ¿Por qué crees que el tío Paco está enterrao en la otra puntal cementerio? “Como me enterréis al lao de esta me levanto y me voy corriendo”, decía. Menudo pronto tenía la tía Julia.
Madre volvió a poner la flor de plástico y el anillo dentro del jarrón, cerró el nicho, se echó un poco hacia atrás para valorar el resultado y sonrió satisfecha.
- Mira qué bonito ha quedao, qué limpio. Si hasta la flor de plástico parece nueva. Casi vale la pena morirse para tener un nicho tan limpio como este.