Me decía cosas preciosas. Me regalaba flores y bombones. Me cuidaba. Me quería. Cocinaba para mí y cuando yo ya no podía comer ni una miga más, me servía una ración aún mayor. Yo me reía y le decía que engordaría demasiado y ya no me desearía. Lo decía convencida de que no sería así. Dios, si a veces empezaba a follarme mientras yo aún estaba rebañando el plato. No me importaba que las mujeres me miraran con desprecio por la calle ni que los hombres ni siquiera me miraran: ya sabe usted, señor juez, que a las gordas las mujeres nos miran con desprecio pero los hombres no. Simplemente no nos ven, como si no existiéramos. Pero nada de eso me importaba porque él estaba en casa esperándome con la comida recién hecha y el sexo ardiendo. Ese día fui a comprarme un bikini de rebajas. Entré en el probador con uno monísimo de color fucsia, me lo puse y… la braguita apenas se veía. El espejo del probador me devolvió la mirada de repulsión de la dependienta.
Llegué a casa sin el bikini. El plato estaba en la mesa y él estaba de pie junto a ella mirándome expectante, esperando mi opinión sobre el guiso. Le dije que no tenía hambre. Insistió en que al menos lo probara, y volví a decirle que no tenía hambre. Entonces lo dijo por primera vez. Primero bajito y después gritando. Puta gorda, dijo, puta asquerosa gorda, repitió, y después volvió a repetirlo. Yo le quería. No quería hacerle daño. No quería hacerle daño, señor juez, solo quería que se callara.
Llegué a casa sin el bikini. El plato estaba en la mesa y él estaba de pie junto a ella mirándome expectante, esperando mi opinión sobre el guiso. Le dije que no tenía hambre. Insistió en que al menos lo probara, y volví a decirle que no tenía hambre. Entonces lo dijo por primera vez. Primero bajito y después gritando. Puta gorda, dijo, puta asquerosa gorda, repitió, y después volvió a repetirlo. Yo le quería. No quería hacerle daño. No quería hacerle daño, señor juez, solo quería que se callara.
3 comentarios:
Hizo bien. Con lo que aprietan los medios con la estética: Que si la talla estàndard és para anoréxicas; que si la eterna juventud; que si para ir a la playa uno/a debe tener cuerpo de 25 años, etc y va el tio y, con evidente mala uva, la ceba para que se sienta fatal. Yo no lo hubiera matado, no: Le habría condenado a que mirara perpetuamente señoras pintadas por Rubens.
Un beso.
le pueden regalar la cancion de la orquesta mondragon: ellos las prefieren gordas...
la obesidad es una armadura de grasa contra el dolor, dicen
Yo me conformaría con que les metieran un buen puro a todas esas marcas que comercializan productos milagrosos para adelgazar por publicidad engañosa, daños morales, abuso de confianza, nocturnidad, diurnidad y alevosía de esa. Y cuando ya no quedara ninguna, deberían seguir con los productos que prometen la juventud eterna.
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