Cuando te hablaba del Área 51, de los cráneos de cristal o del tren fantasma de Statesville te reías, pero tu risa no me ofendía. Era la risa del padre que escucha las cábalas sobre Papa Noel de su hija. Por eso me alegré cuando me dijiste que nos acompañarías a Carolina. “Será divertido”, dijiste.
Fuiste tú quien sugirió sentarnos sobre las vías, dentro del túnel, pasándonos de mano en mano una botella de Johnnie Walker en silencio. Al cabo de un buen rato la botella ya estaba vacía y la habíamos estrellado contra las paredes del túnel.
De repente, los cristales rotos brillaron en la oscuridad y una brisa gélida en pleno agosto nos abofeteó el rostro. Tú también la sentiste. Nos levantamos y miramos hacia la entrada del túnel. Una niebla espesa y pesada se arrastraba hacia nosotros. Cuando ya casi teníamos el tren encima me empujaste fuera de las vías. Me levanté como pude y les vi. Les vi a todos. A la bella Ophelia de piel morena y a su madre, a Ted Brody, a Warren con su uniforme de bombero, a Doc Wells… A cada uno de los veintidós, veintidós rostros con los ojos rojos como fotos polaroid pegadas una al lado de la otra pasando vertiginosamente con un estruendo ensordecedor. Y después de todos ellos, en la última ventanilla del tren, te vi a ti. Me miraste con tus ojos rojos y me saludaste con la mano. Adiós, mi amor. Hasta el año que viene.
3 comentarios:
Joder que atontao,
Me encantan las historias de fantasmas, con su halo de misteriosa realidad. Gracias por el regalo de divulgarla.
Salud.
Sí que hay que ser atontao para meterse en las vías y dentro del túnel para más inri, pero así se forjan las leyendas. Hasta ahora iban cuatro piraos a ver el tren, y gracias al pardillo este el año que viene los de los pueblos vecinos se van a forrar a vender cocacolas, bocatas y trenes en miniatura con la fecha grabada.
De nada, Alberich, van bien las historias de fantasmas de ficción para variar de los fantasmas que nos rodean a diario, que son mucho más aburridos.
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