El viejo hizo que le engancharan el carruaje en seguida y quiso hacer venir a Klára. Pero Klára había desaparecido y nos fue imposible encontrarla. Nos quedamos de pie junto al carruaje más de una hora, blasfemando –el señor príncipe había servido con los dragones en su juventud. En ello estábamos cuando vimos venir a Klára corriendo, echando el bofe, y me dio un ramo entero de crisantemos azules recién cortados. El príncipe le dio un billete de cien coronas, pero Klára se puso a llorar de desilusión; la pobre no había visto un billete de cien coronas en su vida. Tuve que darle una corona para que se calmara. Se puso a bailar y a gritar, pero nosotros la hicimos sentarse en el pescante, le enseñamos los crisantemos azules y Klára nos guió.
Klára en el pescante daba alaridos de alegría; no se puede usted imaginar cuán escandalosa fue la reverencia que le dedicó al señor cochero solo porque tenía que ir sentada a su lado. Además los caballos se desbocaban cada dos por tres por culpa de los gritos y aullidos que pegaba. Bueno, fue un viaje de mil demonios.
Cuando ya llevábamos hora y media dando vueltas, dije:
Klára en el pescante daba alaridos de alegría; no se puede usted imaginar cuán escandalosa fue la reverencia que le dedicó al señor cochero solo porque tenía que ir sentada a su lado. Además los caballos se desbocaban cada dos por tres por culpa de los gritos y aullidos que pegaba. Bueno, fue un viaje de mil demonios.
Cuando ya llevábamos hora y media dando vueltas, dije:
- Majestad, ya hemos recorrido al menos catorce kilómetros.
- Es igual –rezongó el príncipe-, recorreremos cien si es menester.
- Como gustéis –le dije.
Pero una hora después Klára apareció con un segundo ramo. Ese lugar no podía estar a más de tres kilómetros de Lubenc.
Klára se puso a aullar y señaló hacia adelante. Seguramente estaba contenta de ir en carruaje. Creí que el príncipe la mataba de lo rabioso que estaba. Los caballos escupían espumarajos, Klára aullaba, el príncipe blasfemaba, el cochero a punto de romper a llorar de vergüenza y yo haciendo cábalas sobre cómo descubrir el crisantemo azul.
- Majestad –dije-, no vamos bien. Tenemos que buscarlo sin Klára. Haremos un círculo de tres kilómetros con un compás, lo dividiremos en partes y lo buscaremos casa por casa.
- Qué dices, –dijo el príncipe-, ¡si a tres kilómetros de Lubenc no hay ningún parque!
- Mejor –contesté-. En el parque no encontraríamos gran cosa; Ageratum o Canna, y poco más. Mirad, aquí en la base del tallo hay un poco de tierra; no es humus, es algo amarillo y pegajoso, seguramente fertilizante de estiércol. Tenemos que buscar en un lugar donde haya muchas palomas. Seguramente crece junto a una valla de troncos sin descortezar, porque encima de la hoja hay un poco de corteza de abeto. Bien, ahora estamos sobre la pista correcta.
Karel Čapek
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