viernes, 8 de octubre de 2010

como una ola



En octubre de 1814, tras un caluroso verano, Ann y Catherine faenaban en el huerto. Con la boca seca y pastosa dijo Catherine: “Ahora mismo daría cualquier cosa por una cerveza fría”. Ann se santiguó y le dijo que hay que tener mucho cuidado con lo que se desea porque podría hacerse realidad. Entonces oyeron el estallido: millón y medio de litros de cerveza arrasaron St. Giles y sus alrededores. El juez dictaminó que había sido un Acto de Dios. Un siglo después, en Boston, una ola de melaza de cuatro metros de altura arrasó las calles arrastrando cuanto encontraba a su paso. Seres humanos y animales se debatieron inútilmente hasta la muerte como moscas atrapadas en una pegajosa telaraña. La especial densidad de la melaza formó un mar gelatinoso que se bamboleaba de un lado a otro hinchándose y deshinchándose como el pecho de un enorme monstruo. Dicen que en las pesadas noches de verano aún hoy puede notarse en la brisa un leve y nauseabundo olor, un eco espeso y dulzón que eriza el lomo de los gatos y provoca en los perros aullidos de terror.

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